Ayer estuve con un amigo, de los de verdad. Sí, le llamo amigo, y a él mismo se lo dije, porque lo es. Hacía unos cuantos años que no nos veíamos, pero seguía conociéndole igual, y él a mí.
Él me recibió en la habitación del hotel Melià en Port d'Aiguadolç, como si fuera su despacho, porque lo era, porque trabaja, y mucho, durante el Festival de Cine de Sitges.
Hablamos de muchas cosas, de otros amigos, de la vida, de la sociedad, y qué bien viene que de vez en cuando te ayuden a poner los puntos sobre las íes, te ayuden a recordar para qué has venido a este mundo, igual que hice yo con él. Tiene dudas sobre si quiere ser padre, a su edad, se da vergüenza a sí mismo por si se ve a sí mismo haciendo el tonto con un niño pequeño. ¡El tonto! Yo le rectifiqué: la vida es así, y gracias a que tenemos momentos "tontos" estamos vivos, somos alegres, tristes, enfadados, tontos a veces, incoherentes, sí, somos incoherentes y no nos damos cuenta muchas veces de que vivir es tener contradicciones, y bailar sobre ellas.
Y la felicidad es eso: bailar sobre nuestras contradicciones.
¡Gracias, profe! ¡Gracias, amigo! Y sobretodo, vive.
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