Hay historias que pasan sin pena ni gloria, y hay historias que, revisitadas, miradas con unos nuevos ojos, cambian mucho. Y una de estas es la famosa película Mary Poppins. Hay obras que llegan a ser clásicas porque son revolucionarias para su época, y hay clásicos que lo son más conforme van pasando los años, y van confirmando las conclusiones a las que vamos llegando poco a poco. Mary Poppins puede dejar de ser una excentricidad para convertirse en un clásico. Mary Poppins, antes de ser una película de la factoría Disney, empezó siendo en 1934 un libro de la escritora australiana Pamela Lyndon Travers, que firmaba (como tantas otras escritoras) con sus iniciales a causa de su condición femenina.
En este filme del año 1964 podemos identificar varias tramas y personajes. Primero, los dos protagonistas, niño y niña –primera dosis de igualdad--, que, según mi interpretación, son un solo personaje: la infancia. Esta infancia que representan el niño y la niña tiene ganas de jugar, de pasárselo bien y de ser eso: un niño y una niña. Quizás demasiado edulcorados, demasiado repeinados, teñidos... (Se trata de Disney. Hoy la factoría Disney sigue fabricando personajes edulcorados como en High School Musical, en eso no hemos avanzado mucho, más bien al revés)...
Por otro lado tenemos a la madre (hey, apuntáoslo: es una sufragista). Como sufragista es una mujer que dedica mucho de su tiempo a una misión que a estas alturas ya entendemos como fundamental, porque gracias a las sufragistas (y a muchas otras mujeres que siguieron su trabajo) hoy podemos escribir, por ejemplo, en una revista digital para mujeres periodistas. Esa señora no ha nacido sólo para dedicarse a la crianza, sino que es una persona que valora tanto su trabajo como para cambiar la sociedad que le ha tocado vivir. Por otro lado, está más bien entrada en kilos y no parece importarle mucho.
Y tenemos, también, al padre. Un personaje-caricatura del típico (o del tópico) “padre de familia inglés”: meticuloso, puntual, hombre que dirige, que manda, el “cabeza de familia” que tiene derecho a que le sirvan... Y tiene sus rituales diarios fijados como entrar a casa exactamente a la misma hora, dejar el sombrero exactamente en el mismo lugar, y cuando suena el reloj en punto ya levanta la taza porque a aquella hora le sirven el té... Pero, pobre, es un hombre que se encuentra descolocado, como muchos de los hombres de hoy. Si nos ponemos en el imaginario del año 64 y todavía más en el del 34, este señor se encuentra solo en un nuevo sistema; sin referentes: su mujer no está nunca en casa, sólo hay sirvientas que cobran para obedecer (y aun tiene suerte porque puede costeárselas): el papel de hombre potente se le ha deshecho en la mano como si fuera papel mojado. ¿Él manda? ¿Sobre quién? ¿Quién le hace caso? ¿Su mujer? No está. ¿Sus hijos? Están “desmadrados”... Pero la lanza a su favor que hay que romper es que él respeta la ocupación de su mujer, aunque no sabe lo que les pasa. Creo que éste es un personaje clave. Muchos hombres, hoy todavía, no saben cómo tienen que actuar, cómo tienen que reaccionar ante las nuevas posturas que tomamos las mujeres. Ni nosotras tampoco sabemos cómo tratarlos a ellos porque lejos de ser un problema, para ellos la nueva situación tendría que ser una liberación: más libertad porque, ¡tener que estar siempre en un lugar de gran tensión y de poder les tenía que dejar agotados! Si el señor en cuestión pudiera relajarse, podría vivir más relajado y feliz.
Y ¿qué decir de Mary Poppins y de Bert? Mary Poppins es la niñera ideal, llena de sorpresas, hace magia constantemente, es una creadora, una artista... y es amiga del más grande de los artistas: Bert el pintor y deshollinador. Ella es la antiprincesa: tiene muy buena relación con Bert pero no busca casarse con nadie; ella es totalmente libre (se va de la obra volando tal como ha apareció). Bert demuestra que el arte es la única salvación para la monotonía y para la falta de ilusión que no llevan a ninguna parte, y por eso hay que pintar (¡crear!) y limpiar bien las chimeneas: hay que quitar todo aquel hollín negro que las atasca y dejar que el fuego de la ilusión queme y suba hacia el cielo sin ninguna traba. Bert también tiene amigos deshollinadores que bailan a las mil maravillas, porque todos los deshollinadores son artistas.
Pero la historia no se acaba sólo así: es una historia de superación, porque, en el fondo, quien tiene un problema, y grave, es el padre de la familia y nadie más. El padre sufrirá en primera persona una catarsis cuando, al final de la película, aprenderá a valorar que dos peniques no sólo sirven para ahorrarlos, sino para hacer feliz la mujer que da de comer a las palomas (símbolo de la creatividad de otra mujer artista), ella alimenta a las palomas para que puedan volar... Porque... ¿hacer volar la imaginación es malo? Crear es bueno, como también lo es enmendar. Al final de la obra el padre arregla una cometa, símbolo del juego y de la creación voladora, y también de que es posible disfrutar con un nuevo tipo de familia, superando y asumiendo la nueva situación.
Así, Mary Poppins es una perla diferente de otros cuentos que reproducían y reforzaban los tópicos de la mujer sometida que tenía por único objetivo buscar marido, como decía nuestra compañera Xènia Fortea en uno de los últimos números de Dones Digital. ¡Vale la pena volver a verla con ojos del 2010!
(Este artículo lo publiqué en la revista Dones Digital de la Associació de Dones Periodistes de Catalunya)
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